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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 28 de octubre de 2008

"El Usurpador"

            Difícil augurar los tumultos, los silencios, los muertos. Ayer la vi a Catalina sin mucha gente en la calle. Parecía que estaba por caerse mientras caminaba como una equilibrista por el mismo cordón de la vereda por el que Gamin se había escapado. Era otra. Las gallinas de la casa de Mario Vallejo cacareaban unánimemente a sus espaldas. Pero el ruido no venía solo de allí. En realidad, los disturbios en la calle lo generaban, discusiones que parecen haber comenzado bastante espontáneamente junto con otros movimientos terrestres. Una vez opacados, quedaba la exasperante sensación espacial. El número de personas involucradas podía ser cualquiera. Todos se parecían y, de cerca, te decían cosas y te miraban, esos niños perpetuos de rituales paternos. A fin de cuentas, Blackhole, mi isla después de todo, es famosa por su alimentada y protestona población mendiga, llena de suposiciones.

            Las suposiciones, ¡ah!, ¡las suposiciones! Y veo personas que corren de a miles, parlotean con lenguas muertas de niños medio atropellados por ver, por ser los primeros en acercarse a eso que parece un tren pero es un tranvía: la llegada de una fiesta, de un campeonato de canasta con té y champagne, un tranvía ilegal que se llama...a ver...ahora sí, “El Usurpador”.

            Hay mucha gente que no durmió anoche para ver al tranvía. Los miembros de la Asociación Varones Anónimos, por ejemplo, que no son aunque sean, aún, aunque sean números fijados, figurados en las páginas de un barrio perdido. Yoshiaki estaba con ellos con el aria de quien se encuentra molesto y quiere volver pronto a su casa. Y eso que había llegado a todos los lugares comunes. Las sensaciones se perdían, hasta el pensamiento se desvanecía. Todo se confundía en una única corriente. Ingenuo, George perdía, de esa manera y para siempre, la posibilidad de estar en el centro tormentoso de fuerzas atípicas, antagónicas, comprendiéndolas.

            Lloramos al nacer porque venimos a este inmejorable y enorme escenario de demente, desmesurado torrente. Aquí tocan las damas y a las damas, tocan las campanas y los sonajeros. La rueda del tranvía no tiene memoria ni conciencia y, alrededor de éste, la multitud se apretuja, se estruja en los callejones. Aquí, en Blackhole, vive la mayor sociedad tribal del universo. Tal vez aquí nació el universo, es decir, la palabra. La única, la irremplazable. Y yo, que ni siquiera era un espectador en mi ciudad, percibía como aquel tranvía había entrado en Martín, quien ahora vagaba con una sonrisa en sus rieles.

            –Es preferible que entre antes de que te pise, Martín–, yo le había dicho unos días atrás, antes de que muriera, seguro de que me estaba engañando.


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