¿Credulidad? Nada de eso. La memoria descansa al final. Martín no puede reencontrarse. Uno se pierde en un laberinto sin recuerdos. Lo que imaginamos es también lo que recordamos. El había dicho que no lo iba a hacer y después lo hizo en los cumpleaños o en fiestas tan tradicionales como navidad y fin de año, día de la madre y del padre. Aquel día fatal habíamos salido por la mañana con Vallejo y Martín a buscar las nuevas heridas. Pensábamos que podría servir para bautizar millones de mensajes perdidos por distintas causas, frustrando seres en una grotesca mirada, en un paisaje envuelto en una soga. Pero el espíritu de Martín, su alma, su sed, se eleva tan solo ahora, en el momento de su olvido. Una herida de katana le había atravesado el corazón. Podríamos, junto a los pájaros, olvidar la trampa de su asesinato. Pero la trampa no puede olvidarnos. Tan sólo algunos días después de su muerte, frente al pelotazo que me habría de dar en plena boca, habría yo de comenzar a olvidar aquella noche en que, sin su padre ni su madre, lo llevaron a conocer el miedo. Hoy ya no recuerdo tan bien. La amnesia ha comenzado a tener un efecto directo en mí, empezando por el olvido de los nombres propios, llevándome a trastocar y trastornar frases, como es habitual. Y también por los recuerdos bien recientes: –¿Dónde mierda puse el sobre con los recibos? ¿Qué estaba diciendo cuando dije esto?
Las cartas de Martín, harto escuetas por cierto, evidencian la tremenda fragilidad que lo abrumaba, su absoluta puntería para elegir lo incorrecto, lo inseguro. Herido en el centro de su ánimo, Martín Walker, que nunca ha de restablecerse, palpaba el azúcar derramada sobre las baldosas sucias y abiertas, olía a vulnerabilidad, rozaba crucigramas de un pasado que ya no recuerdo, que tal vez no quiera o no pueda recordar.
Martín se tragaba su propia sed, buscaba el olvido. El querer el olvido es un problema antropológico: desde siempre, el hombre sintió el deseo de reescribirse. El querer el olvido era, para Martín, mucho más que la tentación de una trampa: era la posibilidad del reino del absoluto, de lo absolutamente absoluto.
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