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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 20 de octubre de 2008

Descubrimiento


Los colores fueron el origen de las diferencias aluvionales, repetitivas, fundacionales. Era importante entender, desde el comienzo mismo, este saqueo coherente, integral y dietético. Aquí lo tenemos.

Los especialistas tienen aquí credenciales poco confiables, como toda credencial. Aparentemente, en una época había sido atractivo venir a esta isla, pero el abismo siempre fue infantil, un hueco siempre acechado y negado por los representantes reforzados de la memoria esforzada.

–¿Qué estás buscando?, le preguntó alguna vez Macasar a Martín Walker. Martín, sin dudar un instante, mirando el cigarrillo encendido sobre la alfombra, dijo muy rápidamente:

–Las puertas giratorias de un pasado que no condena pero despliega efectos de mariposa.

Al escuchar esta otra enigmática frase, Macasar se preguntaba por dónde empezar a descifrarla. Muchos hubieran empezado por donde se vertía el reflejo de los palacios en las mariposas y en el pasado. Pero no resultaba sencillo en un mundo en donde las figuras no podían petrificarse, y los reflejos nunca terminaban de verterse. Entonces, llegaba a una expeditiva conclusión:

–Esto es una cloaca.

No era, sin duda, la única. También los maoríes, polinesios y navajos habían causado catastróficas destrucciones de especies. Nunca hubo edades de oro. El hombre nunca habría vivido en armonía con la naturaleza. Nuestros antepasados no habrían sido menos rapaces que nosotros, tan sólo menos poderosos. Luchaban en el polvo, con la ayuda de pedos, escupidas y cuchicheos. Como Gamin.

            Ahora bien, aún sabiendo todo esto sigue habiendo algo que no logro entender: ¿Quién tiró esa piedra?

            –A mí que me importa, me contestó Fabián, sin siquiera imaginarse que yo podría no estar preguntándole a él.

            –¿Quién tiró esa piedra?, insistía ahora Antonio.

            Pero, como ya sabemos, no fue un inadaptado y no habrá, entonces, fiesta posible. Si todo se vuelve abajo, se necesita, con un poco de suerte dentro de cien años podrá haber sentido de sentencia, sentencia con sentido. O, tal vez, en una de esas…¿quién sabe, no? Esta reiteración se hace, sin duda, necesaria.

Reconstrucción desde abajo. El pozo sería lo único que se construye desde arriba. El pozo surgió de manera impensada, por eso surgió. Y despojados y asesinados tratan ahora de arremangarse, arrebatar y llevarse todo lo que hay en él enseguida, en una suerte de pillaje con violación de nalgas y domicilios. Blackhole no se demora, a Blackhole no le inquieta: recorta los lienzos, extrema sus efectos sin falta y sin pausa, y de su vientre salen tallarines como cuerdas de neón. Por aquí, por allá, inundando brevemente la boca de sus habitantes.

            Los refugiados deben haberse organizado como pudieron, entre el aullido de los histéricos gatos. Pero era en los niños en donde el asombro mejor se revelaba, hecho piedra, taciturno. Unos simulan creer en la salvación, otros confían en arder en el infierno, algunos luchan por la inmortalidad, muchos no apuestan, pocos se aferran a un tablón sobre el agua de la oscuridad después de esta novela, antes de aquella otra orilla. Yo, por mi parte, ahora voy por el asfalto, atravesando el teatro, y trato de hacerme el desesperado entre mendigos que jamás se ensucian las manos. El camino recorrido a lo largo de esta historia es puro extravío, derrotero estelar sobre el que sólo el mero análisis se lava sus mugrientas manos antes de decir algo acerca de lo que es o no es deseable.

            Siempre hay algo para hacer en Blackhole, y siempre los recursos son escasos. Falta algo, bastante, todo. De cualquier manera, los conocimientos de Max, sus informaciones, sus afirmaciones, sus técnicas, involucraron a otros. Junto a ellos entonces, cavando en Blackhole un pozo de quince metros de profundidad, Max, que como científico decide ocultar su nombre y lo niega así a transeúntes y otros lectores, descubre bajo un buen espesor de tejas, en el pozo que ya de tan grande y extenso se había convertido en una zanja, un depósito de arcilla, al que sucedía una capa de escombros y objetos de piedra tallada que revelaban una ocupación.

            Era casi un juego, una posibilidad distinta de conocimiento y, en este caso específico, sobre todo para Max, una forma veloz o mágica de enriquecerse, ya que es él quien abre el circuito a través de minas, imprentas, mimbres y gusanos de seda. Un circuito de destrucción y horror...lo que los demás podrían haber hecho y lo que Martín había perdido, desperdiciado, porque ahora estaba ido, disipado, irrecuperable. Martín también podría haber obrado así, evitando todo aquello, haber sido audaz donde fue tímido, cauto donde fue imprudente. Max, Martín y yo, por un momento, nos buscamos y nos hallamos. Lo que ellos, Max y Martín, tuvieron en común fue la obstinación y la impaciencia, la fuerza de la indignación y el odio que se infiltra a través de los escombros y ruinas monticuladas.

            Max aconsejaba medir la información por el grado  de sorpresa que producía en quien la recibía. La información habría de ser tanto mayor cuanto menos probable fuera el mensaje. Y la mayoría cumplió la orden arqueológico-informática, como si todo los llevara al pasado. Finalmente, otro sondeo confirmaría la estratigrafía: la capa de arcilla, de más de dos metros de espesor, no podía deberse más que a una gigantesca inundación. Cuestión de perspectivas: Es decir, después de la muerte de Martín quedamos todos hechos pedazos. En cuanto al depósito de arcilla, la explicación más plausible del fenómeno de los otros pedazos allí encontrados parece ser la de Max: Hacia el año 3.500 a.c. un período templado habría provocado el deshielo de los glaciares y la elevación del nivel del golfo de Blackhole.

            Ante tal explicación, Martín se quedaba muy quieto. No entendió ni entendía que era aquello:

            –¿Un lago helado?, se obstinaba en preguntar sin que nadie lo escuche, tieso, con la boca reseca, los ojos muy cerrados. El pecho, que le solía palpitar como el corazón de una paloma, ahora gozaba de una quietud placentera. A veces recordaba la infancia, cuando sus amigos jugaban con la hondera y Blackhole se llenaba de cenizas.

            –¿Por qué se rompe el vaso cuando se cae al suelo?, inquiría Max, como siempre, sin presentarse. Y se respondía el mismo:

            –Si todo es movimiento, todo es al mismo tiempo accidente, y nuestra existencia podría resumirse en una serie de colisiones.

            –¿Traumatismos?, pensó Martín. Yasser le había aconsejado andar con temor y temblor, como si estuviera sobre un abismo profundo, como si caminase sobre hielo. Ir hasta el fondo del pozo no era sólo insistir sino también dejarse llevar. ¿Y si todo, después de todo, no fuera otra cosa que un eterno temblor al borde del abismo vicioso del mundo? Dentro de los ojos cerrados, cerrar aún más los ojos. Entonces, las piedras cobrarían vida.

            ¿Qué insensata intrepidez empujaba a estos hombres llenos de hierro, por dentro y por fuera, por delante y por detrás, a proseguir su búsqueda de aventuras en pleno infierno verde, en el ardor del marrón?


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