Lo único ahora es la exclusión. La imponen en los litigios fronterizos. Yoshiaki es su hijo más ilustre, tanto en tiempos de paz como de guerra.
Candidatos, asesores, expertos, deambulan siempre en los pasillos, representantes de todo lo que sucede. Martín no quería saber nada de política, recuerdo.
El estómago es sectario y, casi en todas partes, la riqueza de los que no tienen que pensar en él ni siquiera una ínfima parte del día tiene como origen principal el valor de las empresas financieras, el calor de las acciones en las empresas comerciales mediante los productos de consumo masivo, la banca, las finanzas, el petróleo, el software.
Entre ellos, el juez Kojiro nunca había ocultado su preferencia por su hijo menor, Yoshiaki, hombre de acción si los hay, al que decidió adiestrar en los secretos de la vida empresarial, prácticamente haciendo a un lado al romántico Seiji quien, desesperado, improvisaría un mundo en torno suyo como un simple corazón que contempla.
Seiji no le cree a su hermano Yoshiaki, piensa que es un inmoral, un explosivo. No escucha los sermones de su padre, sus mentiras. Presume que nadie es decente y se resiste a la hipocresía difícil. Aunque sea la indiferencia la que le abra una puerta.
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