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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 21 de octubre de 2008

Origen


Extraño rito, sin duda. La actitud frente al mismo representaba, sin embargo, lo maravilloso. –¿Qué tiene? ¿Qué le pasa?, preguntó Antonio al ver al Motú inmóvil. Esta historia ha llegado a ser en cierta forma una encarnación. De allí las variadas paradojas de la moral: sin ir más lejos,  la libertad se identifica cuando muere. Todas las víctimas son víctimas de un malentendido y del absurdo. Y no es ilógico sino asustador. El solemne funeral de Martín se había transformado en un sueño eterno. Y no hay descanso en paz.

–Nombráme, le pidió, le imploró Fabián, llamándolo a la FM. Es una urdimbre de cuervos. El Motú, cuya actividad mental era incesante y rápida, le contó y nos relató a todos el trágico origen del nombre de los baulés:

–Cuando el niño Achanti se estableció en torno a Kumasi, en Ghana, una parte de la población fue expulsada por las disensiones familiares que esto causara.

Cuando el Motú me habló de apelar a cualquier recurso frente a la situación actual juro que no me imaginaba que iba a contar esto.

–Nosotros públicamente y por medio de comunicación masiva perdimos, digo, pedimos, el perdón divino, interrumpió en el programa Mario Vallejo.

Pedimos nuestra sangre. Piden nuestra sangre. Un día, un programa radial, podía bien ser el escenario previo de una epopeya o de un melodrama.

–Podrías prender la hornalla cuando no querés. Decirle que estás dispuesta a todo, le sugería Seiji a Catalina.

–Vos sola tenés este problema. Los otros no tienen estos problemas, querida. No les pasa nada porque son disciplinados, se interpuso Parada.

La violencia de Parada era una violencia simulada, anticipada, aguardada. Hay que estar muy anticipadamente seguro de uno mismo para superar la prueba de desnudarse frente a los espejos criminales, iluminado por despiadadas columnas iridiscentes, separado del mundo por una leve claraboya de tela y en pleno ataque de nervios. Los espejos, indudablemente, no se conmueven. Y desde la pantalla de una computadora se puede ver el destino de los millones de seres humanos que habitan en papeles como éstos. Mientras tanto, el tape  sobrevive, avanza, sin prisa, sin pausa.

–¿Qué quiere esa mujer?, inquiría Yoshiaki.

–Tal vez un espejismo, un abrazo queriendo expresar el ser: Narciso consumiéndose frente a su imagen, respondía el Motú quien quería volver a su historia pues de ella se alimentaba y por ella moría, como Catalina.

            Los participantes de este encuentro de personalidades se enfrentaban a los hechos con un rostro lacónico en el que ya estaba escrita toda la desesperanza de la ciudad. Bugis, el marinero náufrago, los había engañado. Bugis los había traicionado, les había mentido con sus cuentos de altamar. Hoy el periódico traía noticias de varios asesinatos, menos del de Martín Walker.

            Finalmente, el Motú lanzó un chillido y consiguió continuar, aunque muy brevemente, con su relato:

            –Pokon y su pueblo fueron frenados en su huída por un río. Silenciosamente, el pasado yace sobre sus espaldas como un peso muerto. Las armas miran atrás–. A Martín no le había  sorprendido en lo más mínimo que un profesor (que sí es distinguido miembro de la Society y del American Institute) eligiese ese camino: “Si ganamos por un lado perdemos por el otro, así que no es fácil saber a simple vista cual disposición nos conviene”, decía.

            –Nada encoleriza más a la gente como decirles que no pueden obtener al mismo tiempo diversos fines-, sentenció en un paréntesis el Motú. No queda otro remedio. Algunas decisiones parecen adecuadas hasta que se las lleva a cabo.

            –¿Cómo deciden los hombres y mujeres de carne y hueso? –le preguntó Guillermo al Motú.

            –¿Y es sensato contabilizar las pérdidas antes que las ganancias? –se preguntaba Giovanni. Hubo, por suerte, otro puente, más silencioso.

            –¿Y si a partir de ahora todo fuera un eterno estremecimiento al borde de un abismo, con toda la bajeza y miseria erigiéndome hacia el altar y esperándome allí delante?, solía pensar Martín.

            Partícipes de esta aventura, los hijos mestizos de la inundación buscan hoy en soledad su lugar entre los hombres, su destino en el tiempo. Las primeras veces que el Motú contó esta historia se sintió culpable, como si tuviera que disculparse por algo mórbido que lo llevaba a relatarla, como si fuera un diario muerto. Después lo tomó como algo normal.

            –Yo le puedo hablar del que murió, insistió Bugis ante el desinterés del resto. El Motú continuaba, gracias al altavoz y a su prestigio, por encima de las otras voces:

            –Para poderse salvar, el oráculo exigía un sacrificio: que la reina arroje a su único hijo a las aguas pobladas de cocodrilos.

            El oráculo tiene pocas ideas, bastante sangre de la que depende y espera –justo, dogmático y omnisciente– el innombrable o el sin nombre. Martín, que había escuchado el programa, todavía no aprendía a ver en la panza del muerto su panza. Ni siquiera hoy. Las muertes son diferentes de uno, accidentales, oscuras, limpias.

            Mientras tanto, el perro del Motú, fiel, trazaba un laberinto arbitrario de lugares comunes con su ladrido, jugando como los demás a disimular la indiferencia, como una flor frágil, fétida. El último llamado al programa fue el de Seiji:

            –¿Qué queda de nuestro amor?, casi gritó por radio.

            Los dioses son caprichosos en la venganza y el perdón, e imitan a los mitos. El mismo Martín Walker había sentido que era una trampa estar obligado a querer a alguien. Pero no le había quedado otro camino.

            –Entonces, continuaba el Motú, en la orilla opuesta un gran árbol se doblegó para servir de puente a los fugitivos–. Viviendo de la muerte de Martín, muriendo de su vida, Catalina y Luis ahora lavaban sus ropas en el río Tuerto. Después de un rato se oyó el estallido, un estallido único, tan fuerte que Catalina se cayó al agua del repentino estruendo. En ciertas ocasiones, todos los seres de Blackhole habían deseado la muerte de las personas que amaban. Pero Catalina no esperaba esto. Había una gran distancia entre una cosa y la otra. La historia de los grandes acontecimientos de Blackhole acababa por ser una historia de crímenes.

            Y, por fin, el Motú conseguía acabar:

            –Todos pudieron pasar, pero la reina, desgarrada luego de su crimen, se volvió hacia el río y gritó ¡Ba uli!, es decir, el niño ha muerto.

            A lo largo del río Tuerto las medias colgadas en los quinchos empapaban el aire, lo escupían, lo chorreaban, hasta inundarlo.

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