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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 11 de octubre de 1992

Aristóteles, Platón y Horacio

La teoría poética aristotélica estudia esencialmente las relaciones entre la obra y el universo: es una teoria mimética. Para Platón, mimesis designa la eventual capacidad de la literatura para representar o "imitar" la realidad. En la poética, Aristóteles no reduce la mimesis a la representación del discurso sino que incluye en ella la noción de "una imitación de una acción". Para Aristóteles se trata de imitar las acciones que encontramos en la vida. Aristóteles veía al argumento (mythos  es su palabra) como el alma de cualquier trabajo literario que fuera una imitación de una acción. Aristóteles sostuvo que el argumento era el alma de las obras literarias miméticas. La poesía es en él la imitación de una acción. Entonces, como Platón, Aristóteles cree en la literatura como mimesis. Pero para Aristóteles la representación (no de la realidad directamente sino de las leyes que gobiernan la realidad) constituía la superioridad de la poesía sobre la historia; mientras que en Platón, como el mundo empírico era sólo una imitación de la realidad ideal, la poesía representaba sólo la imitación de una imitación que se alejaba de lo real. En Aristóteles, por el contrario, se dirigía hacia lo real.

Para Aristóteles, la épica, la tragedia y la comedia son imitaciones que difieren en cuanto a que imitan por diversos medios, o diversas cosas, o diversamente. Por ejemplo, la épica hace su imitación sólo con las palabras sueltas o ligadas a los metros. Es necesario para Aristóteles imitar a los mejores (tragedia) o a los peores (comedia). La imitación consiste esencialmente en tres diferencias: con qué medios, qué cosas y cómo.

Según Aristóteles el imitar es connatural al hombre, los poetas más graves imitan las acciones nobles y las aventuras de sus semejantes, y los más vulgares las de los ruines. En cuanto a la épica, ha sido una imitación razonada de sujetos ilustres como la tragedia.

En la tragedia, dos son las partes con que imitan, una cómo y tres las que imitan. La tragedia es imitación, el poeta se denomina tal de la imitación de acciones. Los yámbicos, por ejemplo, imitan todo lo posible el estilo familiar.

El poeta en Aristóteles imitará originales, o los que se dicen y piensan tales o los que deberían serlo. El poeta debe elegir imitar lo imitable.

Para Platón cada cual imita a un dios en su vida tanto como puede, y lo hace en todas sus relaciones. En él, como decíamos, las artes eran un simulacro fallido de la realidad, una mimesis degradada que reproduce los impulsos y pasiones del alma perturbando la razón. El arte imitativo es para Platón algo infantil porque no conoce profundamente las cosas que imita y complace lo irracional y apariencial.

En Horacio la imitación también se hallará presente como base de la actividad poética. Debía imitarse la realidad para agradar  y educar con las ficciones. Para él la literatura debía instruír y deleitar a la vez: esta era su función. El poeta debía decir y no decir lo oportuno, coordinar con acierto las palabras, ser intérprete del cielo: permitir respirar al hombre, asesinar a los infelices leyendo.

 

La diferencia entre las miradas platónica y aristotélica del arte no está en las visiones de la función del arte sino en diferentes visiones de la realidad. Desde el punto de vista platónico las ficciones de los poetas, siendo hermosas mentiras, podían no obstante ser útiles en la educación. Platón reconocía un nivel de significación en el cual las ficciones podían ser verdad (doxa) aunque en su nivel literal (logos) fueran falsas.

En Aristóteles la tragedia era la representación de una acción memorable y perfecta que debía mover a la catársis, a la compasión y el terror. O sea promover acciones retratando acciones mediante el uso de las costumbres. Así los hechos y la fábula son el fin de la tragedia. Y es manifiesto también que el oficio del poeta es contar las cosas como debieran o pudieran haber sucedido.

En Platón el fin de la poesía era el goce vulgar y contrario a la filosofía, era un arte que sólo se enriquecía si era dirigído por la filosofía. Por ello dice Sócrates "el que pretende poseer el arte de la palabra sin conocer la verdad (...) toma por un arte lo que no es más que una sombra risible". Por eso equipara a los poetas con los autores de leyes y discursos.

Para Aristóteles, en cambio, "el arte tenía un carácter epistemológico como instrumento intelectivo para  el hombre apropiarse de la realidad". En cuanto a la unidad del texto, en Aristóteles esta cuestión se halla muy ligada a la anterior: la función. Por ejemplo, Aristóteles pensaba que el argumento episódico,  cuya unidad depende sólo en el ser la historia de un caracter, era el peor tipo de argumento. En Aristóteles una es la representación de un sujeto y, por lo tanto, una es la fábula, colocando las partes de los hechos de modo que si algo se cambia mude el todo. Solo es parte indispensable del todo lo que se nota al mover una pieza. Ahora bien, la imitación de los poetas épicos nunca es tan una como la trágica donde la unidad del texto se hace indispensable para su efecto catártico.

En Platón la importancia de la unidad del texto se ve en las definiciones del amor que tienen por objeto aclarar y ordenar el discurso. Existe una analogía entre la unidad del discurso y la unidad orgánica de los cuerpos en Platón. Así como la unidad del cuerpo comprende la izquierda y la derecha igual la unidad del discurso permite deducir distintas nociones y agruparlas diferentemente. Por lo cual, también aquí se relacionan íntimamente unidad y función educativa. Por ello Fedro habla de la necesidad del acuerdo con proporciones e idea de conjunto a la hora de hacer una tragedia aborreciendo de la casualidad. Y estos intentos siempre eran algo fallidos ya que para Platón es imposible manejar perfectamente el arte de la palabra.

Para Horacio también era importante la prolemática de la unidad del texto, la claridad en el principio y el fin, la sencillez y unidad del plan de cualquier obra. El arte poético implicaba el arte de unir y concretar un cuerpo entero de manera lo suficientemente astuta como para que aparezcan como nuevas las voces más comunes. La concordancia de las ficciones, la continuidad de los caracteres en los personajes, la necesidad de hacer conocer el principio y medio antes del desenlace, la mezcla de realidad y ficción de manera tal que no desdiga el medio del principio y el fin del medio: todas problemáticas de la unidad del texto en Horacio. La unidad del texto es vital en Horacio para el arte poética.

En Platón el problema de la generación de la imagen tiene directa asociación con su mundo de las ideas y con la noción de reminiscencia de aquellas. Para Platón una persona reacciona ante el arte con la parte inferior de su alma, con las emociones. Lo mismo que en el caso de otras ilusiones, tiene uno que utilizar una facultad superior -la razón- para corregir las representaciones del arte. "Al disfrutar de la poesía", dice Platón, "la razón afloja su vigilancia sobre estos quejumbrosos sentimientos que son las emociones". Estas ideas encierran la insinuación de que la persona suspende momentáneamente su razón para permitirse disfrutar del placer del arte.

Para Aristóteles, todos se complacen con las imitaciones, de lo cual es indicio lo que pasa en los retratos; porque aquellas cosas que miramos en su ser con horror en sus imágenes las contemplamos con placer, como las figuras de fieras feroces y los cadáveres.

Para Platón la vista es el más sutil de todos los órganos del cuerpo pero, aún así, no puede percibir la sabiduría, porque, en boca de Sócrates, "sería increíble nuestro amor por ella si su imágen y las imágenes de las otras esencias, dignas de nuestro amor, se ofreciesen a nuestra vista".

Los hombres se contemplan turbiamente y solo ven a través de sombras y sienten afecciones que son como imágenes de los sentimientos reales. Un escrito, asimismo, es solo un medio de despertar reminiscencias en aquel que conoce ya el objeto de que en él se trata.

Para Horacio las imágenes absurdas corresponderían a una visión enferma, sin unidad. El poeta debe acertar a dar a cada cuadro la propia forma, el propio colorido, la propia imagen.

Aristóteles planteó la cuestión de la verosimilitud a fin de liberar a los autores de un estricto apego a los hechos, para permitir un retrato de la experiencia basado en la imaginación, para reunir lo imitativo y lo ideal y para usar las verdades de la historia con el fin de trascenderla.  Para hacer hincapié en la probabilidad, Aristóteles expresó también: "las imposibilidades probables deben preferirse a las posibilidades improbables". Es verosímil que sucedan muchas cosas contra lo que parece verosímil.

En Platón el poeta entra en un estado de locura porque, entre otras cosas, el poeta es un ser alado incapaz de producir si no sale de sí mismo. Los poetas no son más que intérpretes divinos y por eso dice Platón que están poseídos. La poesía reproduce sus impulsos y perturba sus virtudes. El poeta imitativo destruye el principio racional, complace la parte irracional del alma, se forja apariencias alejadas por completo de la verdad: lo que es el mal mayor de la poesía. La musa voluptuosa ocupa el puesto de la razón.

En Platón el poeta (el amante) se extravía en la embriaguez de la pasión, pierde el sentido, se entrega al placer de la belleza irresistible. Amor, locura y poesía son hermanos delirantes poseídos por las musas. La locura poética es el tormento por la belleza. Pero esta locura para Platón no le permite conocer la realidad racional-ideal que, al mismo tiempo, es la prudencia del esclavo.  

Horacio también nos habla del "délfico furor", de la soledad y de la bilis propias del buen poeta. Aunque al mismo tiempo pregona por el "sano juicio" como principio y fuente del buen escribir, para acabar sosteniendo que el poeta "de cierto está loco, y cual espanta eso feroz a la aterrada gente" llegando hasta las posibilidad de convertirse en un lector asesino.

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