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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 11 de octubre de 1992

Poesía del romanticismo (1992)

He escogido una poesía: "El profeta". La misma, tal como "Monumento", cristaliza ya desde su título la experiencia de lo sublime tan cara al romanticismo. Un profeta y un monumento son, por definición, figuras sublimes. Un profeta es un ser humano convertido en monumento. Un monumento es un ser humano profetizado.

Unión paradigmática de narración, drama y poesía, "El Profeta" describe una experiencia límite, "su" experiencia límite ya que el "yo" es la realidad primordial, su preocupación. Desde el primer verso ("Anhelante el espíritu") hasta el final ("abrasa con tu verbo") se vislumbra el espíritu pasional del poema que celebrará el regreso del espíritu al cuerpo, omnipresente este último a lo largo del poema en dedos, ojos, oídos, labios, lenguas, manos, bocas, pechos, corazón y, finalmente, cadáver.

Al leer el poema se tiene la sensación de estar asistiendo a un relato mítico, de los orígenes, de ese momento primigenio sagrado. Otros elementos propios de las temáticas románticas son las referencias al sueño y a las alturas (a las que no sólo llega el poeta, cual águila) dessde donde desplegará sus profecías como alas, con una voz que ya no es totalmente de él, que es mensajera del Señor, del pueblo, de los hombres, del universo, en un lenguaje de la sangre y de la carne para glorificar la naturaleza y humanizarla ("el temblor del cielo"; "el aspid cauto de una sierpe"). El universo, la naturaleza, habla mejor que el hombre y el poeta/profeta es su voz.

La emoción recorre todo el poema junto al erotismo ("me acaricio los ojos"; "y toco mis oídos"; toco mis labios"; la mano ensangrentada que pone en su "helada boca el áspid cauto de una sierpe"; cambia el corazón por una "brasa ardiente" hasta matarlo. Y en la "muerte" derivada de tal erotismo encuentra el poeta su dignidad, su sensibilidad para incendiar el alma de los hombres. En esa muerte se vuelve transparente. Nada hay más transparente que un cadáver. Nada menos irreal para la imaginación.

El poeta ahora es el alma de la naturaleza. Pero para ser el alma sus versos tienen que ser epidérmicos, desbordantes de cuerpo: el alma del poeta es el cuerpo desbordado
 

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