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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 8 de octubre de 1992

Simpatía por el abismo

"Wer die Schonheit angeschaut mit Augen Ist dem tode schon anheimgegeben".

Una ética de la ambiguedad: tal vez pueda desprenderse este proyecto del Aschenbach de "Muerte en Venecia", de Thomas Mann. Una ética que comprenda, con baudeleriana mezcla de horror y fascinación, que el presupuesto de su propia existencia implica un conflicto mortal, una decadencia. 

En "Muerte en Venecia" se presenta la soledad y la lejanía de la vida del artista, con los peligros consecuentes. "Muerte" es la última palabra de la novela (y la primera de su título) y Aschenbach es el miserable de su propia novela.

Aschenbach niega el conocimiento, llega hasta la ironia, decide ser diferente, hundirse, no ver, no anticipar, no enjuiciar. Es un agobiado, cansado, cuya alma agotada producira obras bellas, a despecho de "la preocupación y la tortura, de la pobreza, del abandono, de la debilidad física, del vicio, la pasión y miles de obstáculos". Estas trabas son el origen de su grandeza, casi perversa, fundada en la distancia, generada en un vacío interior que hace imposible la comunicación. 

La entrega de uno mismo al mundo cínico del espíritu tiene sus costos, los de una lascivia que no se molesta en ser injusta. Psamos del relativismo gnoseológico al étio en la "simpatía con el abismo". 
Un aura mortal atraviesa toda la novela. La sensación de agotamiento, de cansancio (con su consiguiente voluntad de descanso) en el personaje sólo se moviliza ante el ansia de realizar una novela mejor: "añadir aire fresco y sangre nueva para que el verano dé rendimiento y resulte tolerable": ese es el objetivo del viaje.

Estamos en el reino de la muerte, del desorden de la ilusión de los ambiguos, en una ruta sospechosa a una ciudad lúgubre. Es un camino de perdición elegido por el personaje al rendir culto a la belleza. No estamos sólo frente a un psicópata sino frente a un purificador de su propio mundo frente a la peste de la ciudad. Pero sobre todo esto quedan muchas dudas, propias de las ligeras oscilaciones de la obra, de una liviandad poco alemana.

El cuerpo joven, su belleza, son el instrumento del camino fatal de la poesía. Aquí estamos en Platón. La filosofía parte de la sensibilidad hacia la forma pura, la belleza: del escalofrío ante los ángeles. Pero Aschenbach no puede recorrer ese camino sin la ayuda de Eros (que siempre viene junto a Tánatos), el cuerpo de la perdición. No le importa renunciar al conocimiento, ha aceptado la inefable sencillez del sentimiento, esa ambigua "simpatía con el abismo".

El arte es aquí enfermedad, precisa de un heroísmo de la debilidad, las agallas que son necesarias para conservar y valorar la ambiguedad y sus peligros. Este relato nos propone un retorno a la debilidad que tiene muchos puntos de contacto con el "pensiero debole" de Gianni Vattimo, una fascinación con la fragilidad de la existencia, como una mirada artística de desafío a la misma, seductora, poética.

Platón sabía que la poesía era peligrosa. Por eso renunciaba a ella. Porque le amaba porque le temía porque le amaba porque le temía.

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