Guillén nos propone totalizar desde el margen, desde la nada, la errancia en la casa del ser, la continua puesta a prueba de ese todo. Además, la literatura comparada traspasa las literaturas nacionales, su utopía en Guillén es la fraternidad universal, la herejía es la parroquia. Es una forma de vida, una fe que precisa aún ahondar en el oriente para crear los universales, la totalidad.
Con Van Tieghem nos hallamos en la tradición positivista, y en él la voluntad totalizante pertenece a la literatura general, deductiva, seno de la literariedad y la teoría frente a la literatura comparada, inductiva, lugar de la influencia y la crítica, y la diferencia (Hartfeld). Para Van tieghem la literatura comparada es un apéndice, casi una herramienta de la Literatura General. La que provee los hechos, el dato. Aquí no hay dialéctica sino una mala lectura de Comte.
En Culler su voluntad es, precisamente, contra el todo. Pero, paradójicamente, reclama la herencia iluminista para derribarlo. Y ya sabemos de las voluntades totalizantes de la razón crítica erigida en soberana. De cualquier manera, prefiero la razón crítica y sus peligros (con comparatista autoconciencia de otredad) a la obsecuencia religiosa y sus cegueras. Prefiero, como Lezama, la pretendida inocencia y la hermenéutia en la superabundancia a la complacencia diplomática. La primera es cínica, la segunda, hipócrita. La nación, la religión y la razón nos han mostrado voluntades totalizantes. Sólo la última también goza, y goza con su muerte.
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