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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 10 de octubre de 1992

La teoría del texto V (1992)


            El estudio de la escritura -la gramatología- ha sido objeto, por obra de J. Derrida, de una renovación fundamental y un cambio de nivel.

            Derrida nos habla de una metafísica de la escritura fonética -que hoy podemos llamar un logocentrismo- erigida en verdad como la metafísica misma. La gramatología estaría llamada a de-construír -no aboliéndolos, sino remontándolos a su raíz- todos los presupuestos de una linguística cuyos progresos, precisamente, permitieron abordarla.

            Jacques Derrida atacará  el "logocentrismo" y el mito de la "presencia" que dominan nuestra tradición, identificando su fundamento en la "escritura", método de inscripción de una "diferencia" original, que sustrae irremediablemente toda "presencia" y toda "identidad": la tarea del filósofo-crítico-ensayista consiste en perseguir con la escritura la historia de la escritura, creando descomposiciones, superposiciones, infinitos puntos de fuga, produciendo al fin un efecto de "diseminación", de pérdida total de todo centro, proyectando un imposible lenguaje "más allá" del lenguaje.

            Derrida se propone cuestionar el lenguaje como experiencia comunicativa, estética y filosófica. El lenguaje no es confiable, de allí la crítica y desconfianza de los discursos montados sobre él: la filosofía y la literatura. Si Lacan desconfió del sujeto, Foucault del autor y Barthes de la obra, Derrida desconfía directamente del lenguaje. ¿Cómo se puede validar si es actividad incesante? La filosofía ignoró su propio montaje sobre el lenguaje. ¿Cuál es el andamiaje retórico de un texto filosófico? La tradición metafísica. Derrida nos propone ir al lenguaje para ver como está sembrado de trampas, y entonces la tarea es deconstruir. Es decir, preguntarse: ¿cómo se monta una estructura? La estructuralidad de la estructura no estaría en el lenguaje (como decían los formalistas) sino en la cultura. Toda la metafísica se ha basado en la noción de centro, presencia, origen, archivo, telos. Este centro tiene por funciones: orientar, equilibrar y organizar. Limitar el libre juego de los elementos en la forma total permite inmovilizar y fijar la incertidumbre. Mientras que el libre juego permitiría permutaciones y transformaciones. Mientras que el centro penetra, insemina, el descentramiento riega, disemina. Pero, nos dirá Derrida, hay que ser listos: hay que guiñarle un ojo al centro. La estrategia de la deconstrucción es la artimaña que permite hablar en el mismo momento en que "a fin de cuentas" ya no hay nada que decir. Si el traidor hace como si asesinara al tirano el crimen no ha tenido lugar; pero si finge fingir mata de verdad, y tras el comediante se escondía un asesino.De lo contrario, nos devora. La sed metafísica de la cultura occidental es tal que reclama centros inamovibles: el Logos, el Ethos. El estratega deconstruccionista debe encontrar en algún sitio, fuera de la metafísica, la fuerza para resistir a la presión del Logos.

            Para Derrida, el centro es una función y la deconstrucción una máquina hiper-inteligente como en el simulacro en Barthes. La deconstrucción está atenta a la construcción para ver que es lo que en ella se suprime, se niega, se excluye. De allí que estos textos resulten muy irónicos. La tragedia o, mejor dicho, la parodia parte del hecho de que no podemos prescindir de la noción de signo para desbancar al signo mismo.

            Todo texto es un texto doble, siempre hay dos textos en uno. El primero de esos "dos textos en uno" es el único que retiene la interpretación clásica: está escrito con la autoridad de la presencia y en favor del sentido, de la razón, de la verdad. El segundo texto es aquel que la lectura clásica nunca descifra. Pero el primer texto comporta fisuras o huellas que remiten al segundo texto. Entre ambos no es posible síntesis ni fusión en uno solo, pues el segundo no es un contrario del primero sino su semejante ligeramente desfasado. La lectura del texto general exige una doble ciencia que saca a la luz la duplicidad del texto. Toda metafísica, al ser doble, constituye su propio simulacro. Basta entonces con un ligero desplazamiento, con un pequeño "juego" en la lectura del texto para hacer caer al primero en el segundo, a la sabiduría del primero en la comedia del segundo.

           

                       

 

            

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