Opresión y jadeos. Nada que ver. Jack también murió. Perseguía un golpe, un ojo, una polémica eterna, y un tren acabó por atropellarlo cuando éste intentaba cruzar las vías con la barrera baja. El tren se lo llevó por delante. Jack, tan inseguro, tan dependiente, murió con los ojos abiertos, entre los hierros retorcidos de su camión
–¿Estamos seguros de que estamos bien?–, preguntaba irónicamente el Motú en la radio. La duración de nuestra atención disminuye a medida que aumenta la cantidad de informaciones que padecemos. Son treinta segundos. El Motú tenía treinta segundos para pasar esta noticia. Más allá del medio minuto la atención se degrada, el individuo se distrae, empieza a pensar en otras cosas, pierde el hilo fino y delgado, pasa la página y los perros comienzan a caer sobre las cabezas de las ancianas. Cuanto más precisamente se mida la velocidad de esta información, tanto más certidumbre habrá en cuanto a la posición, y cuanto más exactamente se mida la posición, más indeterminada quedará la velocidad.
Sí, es muy duro. Sobre todo si uno tiene la piel sensible. Cualquiera se pone nervioso ante un despliegue tal de datos, micrófonos, ambulancias y ametralladoras.
Desde la muerte de Martín todos los días (nadie sabe ya cuanto tiempo ha pasado) habían sido nublados. Para Martín esto no era un problema, ya que ahora caminaba sin mapas ni mástiles. ¿Cómo puede ser que él, que no era, fuera antes de no ser? ¿Por qué su hermano era el de los ojos marrones y no el de los ojos verdes del andén de enfrente?
Sobre colinas y cornisas y cenizas ahora pasa un ciclista que pedalea tranquilamente con las rodillas en ángulo recto. Aquí, en Blackhole, lo inevitable nunca termina de llegar, como una delicada hiena envuelta en rejas de hierro forjado, postergando siempre su choque, su amanecer.
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