Vivos, chantas, vagos, trepadores, verseros, arribistas, frustrados y sometidos. Entre ellos, desaforado, ingenuo, imitador, cantor enamorado de lo clásico y de Xuxa, a medio camino, marcado por los libros, las melodías irresistibles que lo pierden en la guerra por un viaje peligroso del que no se vuelve como se fue, absurdamente, confusamente, Martín está muerto, al menos, de miedo. Y todo esto no es suficiente todavía.
Nadie está en condiciones de trajinar el escenario con nuevos trajes si nadie los trae. Lágrimas, risas, palabras, escenas, envidia, miedo, viajes, fantasías, atravesando clandestinamente la frontera. Martín, siempre como gesto de protesta frente al mundo de los señores y las señoras, logró huir de allí...pero no de Blackhole.
Lamentablemente, cuando por fin íbamos a entrar a su casa, razones personales –un viaje y problemas de salud de por medio– me forzaron a hacer un alto. También quería yo mismo detenerme, saber qué era lo que estaba haciendo. No fue posible, no por mucho tiempo. A veces hay que avanzar en las tinieblas enemigas del silencio, al tanteo y en puntas de pie, para no manchar el piso recién encerado.
El diámetro del sol había disminuido. Además, ahora el círculo estelar nos mostraba un color amarronado, agonizante. Este tinte siniestro y su picaresca posición sobre el mar parecían un sólido obstáculo en el sendero luminoso que nos guiaba hacia Martín. Avanzábamos soporíficamente, bamboleándonos, zarandeándonos hacia allí como agotados tatúes. El capitán Mario Vallejo, con tres matrimonios, no podía esperar alivio alguno de nadie. Sin embargo, dijo tímidamente ante la mirada llena de estupor de aquella tripulación:
–Este nublado nos favorece.
Las poblaciones y los arroyos serpentinos, allá abajo, querían persuadirnos, nos negaban, nos rogaban, nos argumentaban para que lamiéramos frutas. Nada de sándwiches, galletitas o dentífrico para el viaje de salvataje. Nada de platos, ni manteles, ni cantimploras. Había que seguir adelante, a los tumbos, hacia las tumbas de las tumbadoras.
Luego de una penosa subida, un tragicómico ascenso a las colinas, con una terrible baja de presión en nuestros seres y por sobre las resistencias marginales, maratónicamente, pudimos salvar lo que había quedado de sus hojas garabateadas de dolor.
Nos costó orientarnos para el regreso. Las estrellas estaban siempre muy lejos. Cuando subíamos, las escaleras y los médanos se alejaban aún más. En medio de la desorientación, sentía un gran amor, tal vez por la alegría de haber encontrado esas hojas, quizás por el deseo de llorar. Desde las montañas que engañaban con ilusorias fronteras, podían verse los polvos multicolores descendiendo hacia Blackhole. Mario, que también estaba como nosotros impactado, esperó una eternidad que alguien le dijera algo cariñoso en ese momento. Luego también se fue, como Martín. Era de esa clase de gente que va para adelante sin nada ni nadie. Sin darse cuenta, se encontró al borde del abismo por el que tanto había trabajado. Y se fue.
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