Era un lugar horrible. Chiquitito, sin luz y con pocas ventanas, de techos cada vez más bajos. Eran solamente dos cuerpos abiertos y desnudos entre las paredes blancas de un departamento. Por momentos me ponía a pensar como serían esos hombres, para poder saber si tienen que hablar, si tienen que moverse.
Entonces, de repente, el encantamiento. No poder salir de la pieza, no poder ir al baño, no poder hablar. George, al final, sufría si le hablaban. El oráculo le dijo:
–Matarás a tu madre en un departamento blanco y elegante, denunciarás hipocresías y certezas, hablarás de la belleza que encierran las arrugas y los muros de las casas, tiernamente.
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